Por Andrés Solis.
Ghostemane se hizo todo un hito dentro de la cultura internauta desde 2018 cuando todos los días veíamos en el muro de Facebook la rola Mercury con algún video de Bart Simpson aesthetic, clásico.
Luego de siete álbumes que ya tenía en su haber, el estadounidense lanzó esta última semana su más ambicioso trabajo hasta la fecha, ANTI-ICON (2020); y está raro pensar que es ya su octavo disco de estudio -que se siente como su debut por haberse hecho mundialmente conocido en 2018-, pero todo lo que ha logrado se lo ha ganado con creses.
Ghostemane desde su nacimiento dentro del mainstream se enfocó en una identidad completamente distinta a otros traperos de su generación, como Lil Peep, XXXTENTACIÓN, $uicideBoy$ o Pouya, porque su estética como artista e influencias son ciertamente diferentes con tan solo escuchar unos segundos de cualquiera de sus trabajos. Y no solo eso, pues además de su particular sonido, el maquillaje sobre su rostro nunca falta, así como su puesta en escena en cualquier concierto, un show shockeante y enérgico. ¿Recuerdas aquel concierto en el Foro Independencia en marzo de 2019? Una joyota. De los mejores de aquel año.
Adentrándonos particularmente en lo que es el álbum, se nota proceso evolutivo en el artista, donde el clásico metal trap que lo popularizó sigue intacto, pero de una manera más limpia y mejor estructurada, hasta con nuevos elementos pertenecientes a otros géneros, como esas guitarras con muchísimo reverbe que me recuerdan mucho al rock industrial ruidoso y desgastado de Nine Inch Nails, pero Ghostemane siempre ha querido llevarlo aún más allá con fantasías de temáticas muy violentas.
Genuinamente el disco se siente un tanto conceptual, la lírica y el sonido van sobre la misma línea argumental y de concepto, e instrumentalmente el excesivo uso de sintetizadores para darle aún más hincapié a los bajos pesados de los beats, y algo sorprendente -pero que ya era necesario para el artista- fue la experimentación con nuevas corrientes, como te decía, el rock industrial fue un parte aguas importante durante el proceso creativo, al igual que la electrónica experimental que se está haciendo en Estados Unidos y Europa desde los 90’s, también hay que destacar esos destellos de witch house -si es que aún podemos decir que el género sigue vigente- que se encuentran en tracks como Al y Fed Up. Ghostemane también se ve bastante influenciado por el noise, hasta recordé aquel movimiento extraño del japan noise donde se subían unos cuantos a un escenario con guitarras hasta la madre de reverbe y distorsión a tocar sin un orden o estructura fija.
Pero lo más llamativo del álbum es que Ghostemane sigue arraigado a ese sonido que lo hizo crecer, pero sin descartar futuras experimentaciones con nuevas facetas. Prometió que este sería su «primer gran álbum», y sinceramente considero que sí dejó a deber un poco; sí, el argumento del disco, el arte visual y el sonido en general son excepcionales, pero la experiencia a la hora de escucharlo se queda bastante floja, para un escucha promedio ANTI-ICON podría resultar tedioso y quizá hasta pretencioso.
Sin embargo, dejando todo eso de lado, Ghostemane siempre ha sabido ser genuino y original a la hora de hacer música, no por eso es de los trappers más aclamados en todo el mundo. Te lo dije al principio, el arquetipo del trapero no va con él, es un estilo e identidad completamente diferente e independiente al concepto que se tiene, y es algo de aplaudir, porque en un país como Estados Unidos donde está infestado de estos artistas, donde todos te hablan sobre lo mismo y hay una experimentación casi nula -por no decir que no la hay- dentro del género, Ghostemane rompe esos esquemas para traernos una visión más oscura de lo que se conoce como dark trap, pero dándole su toque con rasgos del metalcore y hardmetal, convirtiendo así a Ghostemane nuevamente en el estandarte alternativo por excelencia del trap gringo de los 2010’s.