Texto por: Diego Rodríguez.
Fotografías por: Luis Alberto Pérez López.
Son las 20:15. Estoy apurando el último trago de mezcal sentado a la mesa de una librería por Prisciliano Sánchez, en el centro de la ciudad, cosa que ya sé que no se debe hacer, eso de apresurar, pues tanto el café como el mezcal son cosas que deben beberse como con una especie de religiosidad ancestral.
Aunque la situación en esta ocasión me obligaba a resbalarme por la garganta aquel líquido semi ardiente. El minutero del reloj avanzaba y ya marca las 20:20, eso me pone nervioso y decido despedirme con la esperanza de que mis cálculos no sean en vano; de que cuando llegue a la entrada del Foro, en las manos del vato de la entrada ya se encuentre la lista de acreditación. Llego puntual, a las 20:30, el único problema parece ser que al interior del Foro Independencia no se ve actividad, si acaso hay unos cuantos más de prensa, algunos músicos vendiendo sus productos en el área de merch, técnicos arriba del escenario entendiéndose, sólo ellos saben cómo, con los cables, con las frecuencias.
Aún no anochece y decidido que es mejor salir a tomar un poco de aire fresco, caminar por las calles de esta bella lo mismo que decadente ciudad. Sin duda en las calles hay más movimiento que en el Foro, entonces camino por avenida La Paz, estoy vacilante entrar por una chabelita de chela a La Occidental, o tal vez por una de sus especialidades que consta de una bebida preparada con pitaya.
Pero no, es hora de volver al Foro Independencia. Camino con un amigo hasta Epigmenio Gonzáles, pasamos por el templo de Mexicaltzingo, por el mercado de Mexicaltzingo, por el barrio de Mexicaltzingo. Pienso en la cantidad de esfuerzo para edificar el barrio, y empiezo a imaginar el sudor de los mexicas, en los ríos de sudor que derramaron mexicas del Valle de México para construir Mexicaltzingo cuando, obligados por los españoles conquistadores, fueron traídos a para construir este barrio ahora tradicional en Guadalajara.
En diez minutos bastaron para estar otra vez en la entrada del Independencia, para entonces estaba sonando lo último de un dj set que presumiblemente era Cosmogeisha. Y ya todo estaba listo para que subieran los locales, Par Ásito, un acto antes del estelar.
Son casi las once de la noche y Daniel Gonzáles sale con los demás Par Ásitos, que esta vez son cuatro en escena. La potencia en los tambores es implacable y principal motor en la composición de estos tapatíos, una oscuridad inminente en cada uno de los trazos instrumentales que emplean. Armonía entre lo mecánico y lo orgánico. Entre lo humanamente posible y lo maquinal. Salieron sin raspones de su presentación, en la que alcancé a percibir que se dividió en al menos tres o cuatro cortes, situación entendible dado que en Par Ásito la creación de piezas extensas ha venido a convertirse en una de sus particularidades. Para finalizar su presentación, Par Ásito invitó a Estrella, de Mint Field, quien les acompañó en lo que sería su última pieza.
Huele a menta fresca.
La noche se aproxima a su propio barranco que es la media noche, hay una sensación agradable en el ambiente, huele como a menta. Los tres aparecen con una solemnidad absoluta. Amor Amezcua en la batería, Estrella toma la guitarra y se posiciona al frente, mientras un Sebastián Neyra discreto y atinado en todo momento se dispone al otro extremo con el bajo eléctrico. Amor y Estrella son unas magas, y eso no hace falta decirlo, cada una con su instrumento consigue lo que quiere. Estrella tiene siempre un as adicional, que es su voz, una hermosa y nostálgica voz que se entrevera en los bellos y oscuros pasajes sonoros, atmósferas bien definidas, de un significado inequívoco, que logra transmitir este trío tijuanense.
Interpretaciones como la de “Ojos en el carro”, incluída la producción del año pasado El pasar de las luces, fueron las causantes de que estallarán tantos corazones al mismo tiempo. Soberbia ejecución que causó varios aullidos de aprobación entre los espectadores.
“Quiero otoño de nuevo” desenfrenó las cabezas una vez más, “El parque parecía no tener fin”, entre otras canciones estrenadas el año anterior por sonando en vivo en mis oídos y en los demás presentes, que para entonces eran otras cien cabezas yéndose también por una marea de krautrock, sumergidos como en una ensoñación de Slowdive, como en un espejismo de Cocteau Twins.
Público y artistas entregados mutuamente, cada quien haciendo bien lo que había venido a hacer bien. Distorsiones precisas, finas. Ritmo inmejorable. Soporte de bajo sensacional. Una Estrella que agradeció tímidamente los afectos del público entre canción y canción.
No quedaba más que ver, nada más qué dudar. Mint Field dejó claro que se puede ser bueno y alejarse de convencionalismos estilísticos y musicales. Es una banda a la que se le augura un grandioso crecimiento.
Parece que ellos lo saben, porque bajan del escenario así como subieron, en todo momento apacibles, inmutables, ecuánimes, maduros, profesionales, en fin, dueños de una tranquilidad y talento envidiables.
Coméntanos y califica abajo. ¿Qué te pareció el concierto de Mint Field en el Anexo Independencia?
- Buen ambiente entre los asistentes.
- Puntualidad.
- Decente Acústica.
- Nada. Todo dentro del parámetro.