Texto por: Bonnie Hagar
Fotos por: Diego López
El pasado viernes 10 de octubre, Guadalajara volvió a vivir el efecto Rusowsky. Desde temprano, la fila afuera del C4 Concert House se extendía casi como si no tuviera fin, ya era un caos de emoción. Con gente vestida de amarillo, sombreros rancheros y varios con sus celulares con letreros de que estaban buscando boletos. Algunos ofrecían hasta dos mil pesos por una entrada que originalmente costaba $800. Nadie quería quedarse fuera.
Al entrar se sentía la emoción de todos, esperando ansiosos el momento. Después de esperar por un rato, por fin en el escenario apareció un letrero a las 8:50 avisando que el show comenzaría a las nueve. El público empezó a gritar, ese “Ruso, Ruso” que seguro se escuchaba hasta la calle.
Las luces se apagaron, todos gritábamos y de las escaleras vemos bajar a sus músicos, con esa ya muy conocida estética que lo caracteriza, todos vestidos iguales, con pelucas y sudaderas. Incluso el camarógrafo seguía el código. Rusowsky sale con su ya icónica peluca que le cubre parte del rostro, unos lentes y completamente cubierto, ese estilo que lo mantiene entre el misterio y la melancolía. Entre visuales caóticos que parecieran ser escogidos de la manera más random, la música empezó a sonar y todos en el C4 comenzamos a gritar de emoción al escuchar “Jhony Glamour”, luego vinieron “Alta Gama”, “Sophia” y muchos otros éxitos de su disco DAISY, cada uno coreado de principio a fin por el público. En “Ecco” sacó el piano y el ambiente se volvió íntimo. Se sabe que a Ruso le gusta hacer ese tipo de cambios de beats, que te sacuden y emocionan.
A mitad del show desapareció del escenario y nos metió en una atmósfera extraña, casi teatral, un poco inexplicable y sin sentido… Entre un microondas y varios visuales de gorilas, pero tendrías que estar ahí para entenderlo. Ruso le sabe bien al brainrot y lo hace de una forma muy suya, sabe cómo mantenerte atrapado entre el desconcierto y la fascinación.
“Baby Romeo” bajó la energía para dar paso al romance, y las parejas se acercaron. Luego “Kiki Fígaro” volvió a levantar el ánimo con ese beat movido que no deja a nadie quieto. Pero los momentos más coreados fueron los clásicos, “Dolores”, “Gata Lit” y “MWAH”, que además interpretó en dos versiones, la normal y una acústica que nos tenía a todos cantando a todo pulmón.
Hay algo en Rusowsky que no solo se escucha, sino que se siente. Su música tiene esa rareza que pocos logran, eso que él mismo transmite sin decirlo “music that scratches your brain”, es el tipo de sonido que se mete en tu cabeza, te remueve las ideas y te deja pensando días después.
El público estuvo encendido todo el tiempo. Nadie se quedaba quieto, todos cantaban, bailaban, vivían. Y aunque la noche fue intensa y perfecta en energía, se notó que el C4 se le quedó chico. Muchísima gente se quedó afuera sin boleto. Ojalá la próxima vez se atrevan a dar el salto a un venue más grande, porque la demanda ya lo pide a gritos.
Una noche corta, apretada, mágica y totalmente viva. Rusowsky no solo dio un concierto, dio una experiencia que se metió bajo la piel.
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¿Qué te pareció la presentación Rusowsky en el C4 Concert House?
- Conexión total entre artista y público.
- Increíble setlist.
- Filas largas para entrar.
- Espacio muy reducido dentro del venue.