Texto por: Abigail Márquez
Fotos por: Jorge Gómez
Lo que sucedió el pasado 05 de septiembre en el Foro Independencia no fue simplemente un concierto: fue una descarga sísmica de energía, un ritual sonoro que sacudió cada rincón del recinto. A Place To Bury Strangers, la banda más ruidosa de Nueva York, llegó como un verdadero tsunami auditivo, arrastrando al público a un viaje salvaje por los confines más intensos del noise rock.
Con más de dos décadas de trayectoria, el trío conformado por Oliver Ackermann (guitarra y voz), Sandra Fedowitz (batería) y John Fedowitz (bajo) demostró por qué son considerados una de las propuestas más radicales y envolventes del género. Desde el primer acorde, la banda dejó claro que no venía a dar un show tradicional, sino a romper los límites del sonido y entregar una experiencia visceral, casi espiritual.
Luces estroboscópicas, feedbacks infinitos, distorsiones que estremecían el pecho y una presencia escénica arrolladora convirtieron el set en un espectáculo hipnótico. Cada canción era una explosión controlada, un torbellino de ruido, emoción y entrega absoluta. Oliver, en su papel de chamán sónico, guiaba la tormenta con riffs abrasivos mientras Sandra y John sostenían la intensidad con una precisión que rayaba en lo brutal.
El público, atrapado en ese mar de frecuencias distorsionadas, no tuvo más opción que rendirse al caos hermoso que define a A Place To Bury Strangers. Porque esto no se trata de música para escuchar pasivamente: se trata de sentirla, vivirla, dejarse atravesar por ella.
Sin duda, esta presentación quedará grabada como una de las más impactantes del año en Guadalajara. Quienes estuvieron ahí no presenciaron solo un concierto, sino una catarsis colectiva marcada por el ruido, la oscuridad y una entrega absoluta desde el escenario.
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